domingo, febrero 04, 2007

Mujeres lectoras: la mirada del artista



Las mujeres, que leen, son peligrosas
Stefan Bollmann
Prologo de Esther Tusquets
Madrid: Maeva, 2006, 152 págs.

Recientemente, la editorial Maeva ha publicado en España la obra de Stefan Bollmann Las mujeres, que leen, son peligrosas. El autor se propone esbozar una historia ilustrada de la lectura femenina desde el siglo XIII al XXI, a partir del análisis de una serie de pinturas y fotografías de mujeres representadas en distintos momentos, posturas y actitudes adoptadas durante el acto de leer.
Bollmann realiza un interesante recorrido por el mundo de las representaciones del libro y la lectura femenina: desde la lectura como acto cargado de simbolismo sagrado de los lienzos pintados antes del siglo XVI; pasando por la extensión de la lectura como experiencia silenciosa e íntima y el surgimiento de lectoras intensivas entre las mujeres de las elites sociales, las mismas que aparecen pintadas leyendo apasionadamente en los cuadros decimonónicos; hasta llegar a esas mujeres que leen en soledad, seguras de sí mismas o perdidas en la vorágine del mundo contemporáneo.
Lectoras que se abstraen del mundo, como la virgen de La Anunciación de Simone Martini pintada en 1333, que interrumpe su lectura no sin cierto desagrado ante la presencia del ángel; o aquellas que, como Marilyn Monroe, fotografiada por Eve Arnold en 1952, parecen buscar entre las páginas del Ulises de Joyce las respuestas a una existencia atormentada. Y entre ambas imágenes, la vaporosa intimidad de las lectoras de Vermeer, siempre esperando no sabemos muy bien el qué; la silueta hierática de las mujeres que leen una carta en los cuadros de Wilhelm Hammershoi, como absorbidas por los blancos que remiten a la nada y encerradas en un laberinto de puertas que se abren a habitaciones en las que sólo se ven otras puertas cerradas; las lectoras abatidas, perdidas en una encrucijada de caminos de Edward Hopper; pero también las mujeres que sujetan un libro entre las manos con la determinación y el aplomo con que aparecen las modelos de los retratos de Alexander Alexandrowitsch Deinenka.
A parte de la cuidada edición, lo mejor de este libro es el recorrido visual por los cambios sufridos por la imagen de las mujeres lectoras. Bollmann nos guía a través de unas obras de arte que reflejan cómo, desde el siglo XVIII y de forma ya muy clara en el XIX, las mujeres se consolidaron como un público lector que forzó la modificación progresiva de los discursos dominantes (es decir, patriarcales) en torno a la lectura. Las representaciones de las mujeres leyendo se normalizan al tiempo que la alfabetización se extendía y la industria editorial empezaba a contemplar a las mujeres como potenciales lectoras/clientes.
De todas formas es necesario tener cautela. Las imágenes hablan pero el significado de sus mensajes icónicos encierra trampas ¿Qué relación existe entre la representación y el objeto representado? ¿Qué nos dicen las tablas, los lienzos o las fotografías de las prácticas de lectura y de los universos mentales de las lectoras? ¿Qué intenciones y qué mundos interiores proyectaba el artista al elegir el tema de la mujer, la lectura y el libro? No pretendo responder a tantas cuestiones. Sólo me detendré en la última, aunque me temo que terminaré introduciendo más interrogantes que certezas.
Las lectoras que pueblan las páginas del libro de Bollmann son mayoritariamente el resultado de una mirada masculina. El ojo que mira y la mano que traza la línea en la mayoría de los cuadros seleccionados pertenecen a varones. Lectoras absortas indiferentes a la mirada de quien las pinta o lectoras que vuelven los ojos hacia el espectador, como quien posa unas veces, como quien desafía otras. ¿Qué dibuja el pintor, lo que ve (o cree estar viendo) o lo que quiere ver? ¿Por qué tantas lectoras sensuales, desnudas o semidesnudas, refugiadas en la ensoñación romántica sobre el lecho o tendidas en un diván? ¿Qué funciona con mayor carga fetichista en estos cuadros: el libro como objeto cultural cargado de significantes y, especialmente en el caso de las mujeres, sujeto a las prohibiciones o las aprobaciones de los varones durante siglos, o la imagen del cuerpo femenino convertido también en artilugio cultural, desde el momento en que la ideología patriarcal lo reduce a la categoría de objeto y lo representa como tal en el lienzo?
Se puede argumentar que, lo queramos o no, históricamente han sido los varones quienes redactaron el discurso dominante (algo así como decir: ¡esto es lo que hay!), pero sería ahistórico derivar de ello que se trata del único universo simbólico existente. Tampoco es de recibo a estas alturas no alertar, con más énfasis del que utiliza Bollmann, sobre los peligros que acarrea otorgar carácter de historia ilustrada de la lectura a una selección que utiliza de forma mayoritaria creaciones masculinas. No es cuestión de obsesionarse con los números, pero sorprende que únicamente siete de las cincuenta y seis obras comentadas sean representaciones de lectoras tamizadas por la mirada femenina. Representaciones, insisto, ni mejores ni peores que las salidas del pincel o la cámara del artista varón, pero sin duda relevantes para el historiador de la cultura. Puede que, como señala Esther Tusquets en el prólogo, sea arriesgado afirmar con rotundidad que hombres y mujeres establecen relaciones diferenciadas con los libros y la lectura. Pero no lo es menos que la experiencia histórica ha sido distinta y también las percepciones heredadas de ella. No es posible abordar una historia ilustrada de la lectura (femenina) contemplando a las mujeres como objeto y reflejando de manera marginal las aportaciones que como sujetos creadores hicieron al tema estudiado. No soy especialista en Historia del Arte, pero aseguro que no me ha sido demasiado difícil encontrar representaciones de lectoras salidas de la mano de creadoras: el autorretrato de Sofonisba Anguissola con un libro en la mano, pintado probablemente a comienzos del siglo XVII o el firmado por Anna Dorotea Therbush en el siglo XVIII; o la obra de Eunice Pinney La velada del sábado (1815), en la que aparecen mujeres participando en lecturas colectivas; los retratos de mujeres lectoras realizados en las últimas décadas del XIX por Berthe Morisot, Eva Gonzales y Marie Bracquemond o los de mujeres leyendo periódicos firmados en esos mismo años por Mary Cassatt. Y esto sin profundizar en las creaciones femeninas que abordan la temática del libro en el siglo XX.
Por otro lado, echo de menos una mirada más afilada al analizar las relaciones de las mujeres con la lectura, la escritura y la creación artística. Es muy posible que el objetivo del libro no sea tan ambicioso, pero pienso que no hubiera venido mal que el autor manejase algunos puntos de vista propuestos por la Historia de las Mujeres y la teoría feminista e incorporados a cada vez más trabajos realizados por los/as historiadores/as de la lectura y la Historia social de la cultura escrita. Desde estas aportaciones, es posible valorar el grado en que la lectura es una tecnología peligrosa en manos de las mujeres. De hecho, encuentro una contradicción entre el título del libro de Bollmann y la aceptación de los lugares comunes que suelen emplearse al hablar de mujeres lectoras: el sentimiento, el éxtasis, el apasionamiento y la soledad ¿Dónde esta la peligrosidad de estas lectoras amarradas al sentimiento, soñadoras eternas, solitarias empedernidas? ¿Únicamente buscaron en la literatura evasión, ensoñación, arrobamiento o huida del mundo? Y el juicio, utilizando las palabras de Jane Austen, ¿dónde queda en toda esta historia? No hubiera sobrado, en definitiva, una reflexión sobre las mujeres que se acercaron a los libros en busca de respuestas al malestar que les provocaba la sociedad patriarcal; o sobre aquellas que buscaron argumentos entre líneas que actuaran a la manera de llaves con que abrir esas puertas cerradas (reales y simbólicas) que habían garantizado la dominación masculina.
Francisco Arriero Ranz

No hay comentarios: