Antonio G. Iturbe
La bibliotecaria de Auschwitz
Barcelona, Planeta, 2012, 488 págs., 19,90€.
Sobre el fango negro de Auschwitz, que todo lo engulle, Fredy Hirsch ha levantado en secreto una escuela. En un lugar donde los libros están prohibidos, la joven Dita esconde bajo su vestido los frágiles volúmenes de la biblioteca pública más pequeña, recóndita y clandestina que haya existido nunca.
En medio del horror, Dita nos da una maravillosa lección de coraje: no se rinde y nunca pierde las ganas de vivir ni de leer porque, incluso en ese terrible campo de exterminio, «abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones».
Se trata de una emocionante novela basada en hechos reales que rescata del olvido una de las más conmovedoras historias de heroísmo cultural.
Jugándose la vida, una niña de 14 años creó una biblioteca clandestina en el barracón 31 de aquel campo de concentración. Y aún vive para contarlo. Esta novela cuenta su sorprendente historia.
El barracón 31 formaba parte del denominado "campo familiar" agregado a Auschwitz y enclavado entre el bosque de abedules de Birkenau. Albergaba a familias enteras con sus hijos con un fin puramente propagandístico: hacer creer a la Cruz Roja Internacional -y al mundo- que los judíos no eran asesinados, sino tratados con consideración.Pero tras seis meses de permanencia en este "escaparate" eran enviados a la cámara de gas, como los demás. Con el tiempo, realizada ya la propaganda, el campo familiar sería cerrado.El barracón 31 albergó unos 500 niños... Y, de forma sorprendente, los prisioneros se las ingeniaron para crear allí una biblioteca infantil clandestina. Era precaria: solo contaba con ocho libros; entre ellos, un atlas desencuadernado; un manual de álgebra; los Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, de Sigmund Freud; y Las aventuras del bravo soldado Svejk, del checo Jaroslav Hasek. La biblioteca también contaba con "libros vivientes": prisioneros que recitaban a los niños obras que habían leído en el pasado.
Dita Polachova, la adolescente checa que en la novela recibe el apellido de Adlerova (ahora se apellida Kraus), era una de las gestoras de la biblioteca. Sobrevivió a Auschwitz, sigue con vida y reside en Netanya (Israel). En el libro asoman otros personajes históricos, como el disciplinado sionista Fredy Hirsch, el jefe del barracón 31, quien logró organizar una especie de escuela y eligió a Dita para ocuparse de los libros. Tuvo un trágico final. Cuando las tropas alemanas ya se batían en retirada en Europa, la resistencia interna del campo le pidió encabezar un levantamiento de los prisioneros. Hirsch dudó: había casi nulas probabilidades de éxito y su misión era salvaguardar la vida de los niños. Poco después, Hirsch fue hallado muerto, con un frasco vacío de pastillas para dormir junto a su camastro. Un suicidio, se dijo. La presión había sido excesiva incluso para un luchador como él, pero los testimonios recogidos por Iturbe prueban que no fue un suicidio: temeroso por su vida si el levantamiento se producía, uno de los médicos-prisioneros le ofreció a Hirsch un calmante para aguantar la presión. El médico disolvió varias pastillas para dormir en un tazón de té... y Hirsch dejó de ser una amenaza.
Mucho más famoso que Fredy Hirsch es otro personaje real: el siniestro doctor Josef Mengele, conocido por valerse de prisioneros de Auschwitz como cobayas humanas para perfeccionar la raza aria o simplemente para satisfacer su sadismo.
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