Innovar en la enseñanza universitaria
Madrid: Biblioteca Nueva, 2010, 398 págs.
Siempre que acontecen cambios profundos e importantes, sean éstos en el ámbito que sean, nos encontramos con profesionales que se oponen rotundamente a dichas transformaciones, así como con otros que acaban convirtiéndose en baluartes y defensores de las mismas. Pero también es cierto que, sin ser lo uno ni lo otro, hay quienes optan por una vía intermedia. Es decir, quienes tratan de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder lo que antes eran, pero respondiendo a lo que se espera de ellos/ellas para intentar mejorar aquello que debe cambiarse y seguir defendiendo lo que funciona y que, por tanto, no debe ni puede desaparecer. A este último grupo pertenecen, o al menos eso creo yo, los autores y autoras de este libro que he tenido el honor de editar, Innovar en la enseñanza universitaria, publicado por Biblioteca Nueva en el mes de septiembre de 2010 y dirigido por Leonor Margalef, Vicerrectora de Calidad e Innovación Docente, y Cristina Canabal, Profesora del Departamento de Didáctica, ambas promotoras del Programa de Formación del Profesorado Universitario de la Universidad de Alcalá. Con un total de 32 artículos, escritos por profesores y profesoras de diversas especialidades de la citada Universidad (Arte, Biología, Ciencias Ambientales, Derecho, Didáctica, Documentación, Economía, Empresariales, Filología Hispánica, Filología Inglesa, Física, Historia, Informática, Medicina, Pedagogía, Psicología, Química o Telecomunicaciones, entre otras), muchos de ellos miembros de grupos de innovación docente, este libro muestra algunas de las claves para llevar a cabo la necesaria, aunque compleja, adaptación de la enseñanza universitaria española al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Así, se recorren en sus páginas distintas experiencias docentes desarrolladas en varios cursos académicos que intenta mostrar a los docentes universitarios nuevos caminos y proponer nuevas soluciones a los muchos problemas que plantea el largo proceso de cambio que ya hemos comenzado, tanto en el ámbito de las estrategias metodológicas y curriculares de evaluación como en el de la aplicación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s).
Si algo se desprende de este libro es, sin duda, que en la Universidad española hay y habrá profesionales capacitados para llevar a cabo el cambio, para construir la Universidad del futuro. Es cierto que la Universidad se estructura sobre unas tradiciones académicas e ideológicas y unos marcos organizativos bastante rígidos, jerárquicos y controladores, lo que supone un importante obstáculo para buscar y poner en práctica estrategias innovadoras y poder responder a las nuevas necesidades que la sociedad actual exige. Pero no todo está perdido, porque la Universidad la formamos personas y no sistemas inamovibles y en esto reside su posibilidad de cambio y adaptación. Siempre ha existido y existirá un espacio para el cambio y las oportunidades para transformar lo que creemos debe ser distinto y mantener lo que creemos tiene y seguirá teniendo sentido. Como cualquier institución educativa, la Universidad trata de adaptarse a las nuevas circunstancias en que vivimos para poder seguir existiendo y no perder su lugar en la sociedad. Adaptarse implica también que acontezca una variación de intereses, es decir, privilegiar una serie de intereses frente a otros. Responder a la demanda de la sociedad actual ha traído consigo privilegiar las competencias frente a las ideas, centrar el interés en la producción en vez de en el conocimiento. Pero ¿debe la Universidad adaptarse a la sociedad o debe la sociedad adaptarse a la Universidad? Sin duda, la Universidad debe adaptarse al mundo en el que viven quienes la conforman y la hacen existir, aunque sin renunciar a ciertos principios que la definen y diferencian de otras instituciones, porque si no perdería su esencia y acabaría convirtiéndose en otra cosa. Por supuesto que formamos para que nuestros alumnos y alumnas sean profesionales competentes, pero no sólo. También nos importa que nuestros estudiantes sean personas cultas y buenos ciudadanos. Por eso es importante saber conjugar ambos propósitos: formamos tanto para que nuestros alumnos y alumnas encuentren su lugar en el mundo laboral como para que sean personas capaces de pensar, de cooperar, de comunicarse con los demás, de empatizar con quienes les rodean, de ser críticos y de encontrar sus propias motivaciones y metas en la vida, competencias todas ellas fundamentales del estudiante universitario de ayer y hoy.
Hasta hace más bien poco tiempo el profesorado universitario apenas disponía de espacios donde poder formarse desde el punto de vista docente, donde le enseñaran a enseñar. No ocurría ni ocurre así con su faceta de investigador. El doctorado, la inclusión en seminarios, la tutela de un director durante el proceso de elaboración de la Tesis Doctoral, la participación en congresos nacionales e internacionales, etc., permitían y permiten que quien quiere investigar vaya aprendiendo a hacerlo de forma gradual y, en cierto modo, aunque haya mucho de autonomía y auto-didactismo, también dirigida, al menos hasta la obtención del grado de doctor. Parece que esta situación de desigualdad desde el punto de vista formativo ha empezado a cambiar y que, si bien todavía la docencia no está igual de considerada ni valorada que la investigación, al menos sí existen lugares a los que acudir para aprender a ser profesor o para mejorar nuestra práctica docente. El hecho de que algunos de los programas de formación del profesorado universitario dependan de determinados Vicerrectorados en distintas Universidades (como ocurre en el caso de la Universidad de Alcalá) es ya, bajo mi punto de vista, bastante ilustrativo. Evidencia que cada vez más el profesorado universitario está convencido de la necesidad de una formación específica para asumir su tarea docente, que hay una demanda y que la demanda está siendo respondida en la medida de las posibilidades que se tienen en cada momento y lugar.
Al igual que la investigación ha ido ajustándose a la nueva realidad de la sociedad del conocimiento (con nuevas metodologías y paradigmas), la docencia no puede quedarse atrás, pues no puede existir la una sin la otra en el contexto universitario. Si bien la primera genera el conocimiento mismo, es la segunda la que se encarga de divulgarlo y transmitirlo, de darle sentido. Para poner la docencia al nivel de la investigación hoy es necesario dejar de lado los métodos tradicionales de enseñanza (sustituyéndolos por otros más eficaces) y los profesores y profesoras universitarios han de ser capaces de abandonar su rol acostumbrado de ser «fuentes de sabiduría» para convertirse en «facilitadores de aprendizaje», porque es éste, el aprendizaje, el que ha de ser el centro mismo de su experiencia y práctica docente.
Cuando alguien pregunta si es posible hacer tal o cual cosa, por muy difícil que sea la cosa en cuestión, siempre me acuerdo de aquella frase universalmente conocida de Arquímedes: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», y pienso en cómo a lo largo de la Historia de la Humanidad se han conseguido logros que todavía a día de hoy nos parecen impresionantes. Si fue posible, por seguir con Arquímedes, que éste descubriera en la Grecia del 287 al 212 a. C., el principio de la Hidrostática, la ley de la palanca y el número Π, ¿no va a ser posible que nosotros, en la Universidad, con nuestra formación y nuestra experiencia reconstruyamos nuestra práctica docente? En Innovar en la enseñanza universitaria queda claro que sí. Y desde aquí os animo, a todos los que hoy formáis (formamos) parte de este proceso de cambio en la enseñanza de más alto nivel, docentes y estudiantes, que echéis una ojeada a sus páginas, porque han sido escritas, sin duda, con el propósito de ayudar a hacer de nuestra Universidad un lugar mejor y constituyen toda una invitación para perder el miedo, para superar la incertidumbre y para empezar a caminar en la aventura de enseñar y aprender en la Universidad del futuro.
Siempre que acontecen cambios profundos e importantes, sean éstos en el ámbito que sean, nos encontramos con profesionales que se oponen rotundamente a dichas transformaciones, así como con otros que acaban convirtiéndose en baluartes y defensores de las mismas. Pero también es cierto que, sin ser lo uno ni lo otro, hay quienes optan por una vía intermedia. Es decir, quienes tratan de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder lo que antes eran, pero respondiendo a lo que se espera de ellos/ellas para intentar mejorar aquello que debe cambiarse y seguir defendiendo lo que funciona y que, por tanto, no debe ni puede desaparecer. A este último grupo pertenecen, o al menos eso creo yo, los autores y autoras de este libro que he tenido el honor de editar, Innovar en la enseñanza universitaria, publicado por Biblioteca Nueva en el mes de septiembre de 2010 y dirigido por Leonor Margalef, Vicerrectora de Calidad e Innovación Docente, y Cristina Canabal, Profesora del Departamento de Didáctica, ambas promotoras del Programa de Formación del Profesorado Universitario de la Universidad de Alcalá. Con un total de 32 artículos, escritos por profesores y profesoras de diversas especialidades de la citada Universidad (Arte, Biología, Ciencias Ambientales, Derecho, Didáctica, Documentación, Economía, Empresariales, Filología Hispánica, Filología Inglesa, Física, Historia, Informática, Medicina, Pedagogía, Psicología, Química o Telecomunicaciones, entre otras), muchos de ellos miembros de grupos de innovación docente, este libro muestra algunas de las claves para llevar a cabo la necesaria, aunque compleja, adaptación de la enseñanza universitaria española al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Así, se recorren en sus páginas distintas experiencias docentes desarrolladas en varios cursos académicos que intenta mostrar a los docentes universitarios nuevos caminos y proponer nuevas soluciones a los muchos problemas que plantea el largo proceso de cambio que ya hemos comenzado, tanto en el ámbito de las estrategias metodológicas y curriculares de evaluación como en el de la aplicación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s).
Si algo se desprende de este libro es, sin duda, que en la Universidad española hay y habrá profesionales capacitados para llevar a cabo el cambio, para construir la Universidad del futuro. Es cierto que la Universidad se estructura sobre unas tradiciones académicas e ideológicas y unos marcos organizativos bastante rígidos, jerárquicos y controladores, lo que supone un importante obstáculo para buscar y poner en práctica estrategias innovadoras y poder responder a las nuevas necesidades que la sociedad actual exige. Pero no todo está perdido, porque la Universidad la formamos personas y no sistemas inamovibles y en esto reside su posibilidad de cambio y adaptación. Siempre ha existido y existirá un espacio para el cambio y las oportunidades para transformar lo que creemos debe ser distinto y mantener lo que creemos tiene y seguirá teniendo sentido. Como cualquier institución educativa, la Universidad trata de adaptarse a las nuevas circunstancias en que vivimos para poder seguir existiendo y no perder su lugar en la sociedad. Adaptarse implica también que acontezca una variación de intereses, es decir, privilegiar una serie de intereses frente a otros. Responder a la demanda de la sociedad actual ha traído consigo privilegiar las competencias frente a las ideas, centrar el interés en la producción en vez de en el conocimiento. Pero ¿debe la Universidad adaptarse a la sociedad o debe la sociedad adaptarse a la Universidad? Sin duda, la Universidad debe adaptarse al mundo en el que viven quienes la conforman y la hacen existir, aunque sin renunciar a ciertos principios que la definen y diferencian de otras instituciones, porque si no perdería su esencia y acabaría convirtiéndose en otra cosa. Por supuesto que formamos para que nuestros alumnos y alumnas sean profesionales competentes, pero no sólo. También nos importa que nuestros estudiantes sean personas cultas y buenos ciudadanos. Por eso es importante saber conjugar ambos propósitos: formamos tanto para que nuestros alumnos y alumnas encuentren su lugar en el mundo laboral como para que sean personas capaces de pensar, de cooperar, de comunicarse con los demás, de empatizar con quienes les rodean, de ser críticos y de encontrar sus propias motivaciones y metas en la vida, competencias todas ellas fundamentales del estudiante universitario de ayer y hoy.
Hasta hace más bien poco tiempo el profesorado universitario apenas disponía de espacios donde poder formarse desde el punto de vista docente, donde le enseñaran a enseñar. No ocurría ni ocurre así con su faceta de investigador. El doctorado, la inclusión en seminarios, la tutela de un director durante el proceso de elaboración de la Tesis Doctoral, la participación en congresos nacionales e internacionales, etc., permitían y permiten que quien quiere investigar vaya aprendiendo a hacerlo de forma gradual y, en cierto modo, aunque haya mucho de autonomía y auto-didactismo, también dirigida, al menos hasta la obtención del grado de doctor. Parece que esta situación de desigualdad desde el punto de vista formativo ha empezado a cambiar y que, si bien todavía la docencia no está igual de considerada ni valorada que la investigación, al menos sí existen lugares a los que acudir para aprender a ser profesor o para mejorar nuestra práctica docente. El hecho de que algunos de los programas de formación del profesorado universitario dependan de determinados Vicerrectorados en distintas Universidades (como ocurre en el caso de la Universidad de Alcalá) es ya, bajo mi punto de vista, bastante ilustrativo. Evidencia que cada vez más el profesorado universitario está convencido de la necesidad de una formación específica para asumir su tarea docente, que hay una demanda y que la demanda está siendo respondida en la medida de las posibilidades que se tienen en cada momento y lugar.
Al igual que la investigación ha ido ajustándose a la nueva realidad de la sociedad del conocimiento (con nuevas metodologías y paradigmas), la docencia no puede quedarse atrás, pues no puede existir la una sin la otra en el contexto universitario. Si bien la primera genera el conocimiento mismo, es la segunda la que se encarga de divulgarlo y transmitirlo, de darle sentido. Para poner la docencia al nivel de la investigación hoy es necesario dejar de lado los métodos tradicionales de enseñanza (sustituyéndolos por otros más eficaces) y los profesores y profesoras universitarios han de ser capaces de abandonar su rol acostumbrado de ser «fuentes de sabiduría» para convertirse en «facilitadores de aprendizaje», porque es éste, el aprendizaje, el que ha de ser el centro mismo de su experiencia y práctica docente.
Cuando alguien pregunta si es posible hacer tal o cual cosa, por muy difícil que sea la cosa en cuestión, siempre me acuerdo de aquella frase universalmente conocida de Arquímedes: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», y pienso en cómo a lo largo de la Historia de la Humanidad se han conseguido logros que todavía a día de hoy nos parecen impresionantes. Si fue posible, por seguir con Arquímedes, que éste descubriera en la Grecia del 287 al 212 a. C., el principio de la Hidrostática, la ley de la palanca y el número Π, ¿no va a ser posible que nosotros, en la Universidad, con nuestra formación y nuestra experiencia reconstruyamos nuestra práctica docente? En Innovar en la enseñanza universitaria queda claro que sí. Y desde aquí os animo, a todos los que hoy formáis (formamos) parte de este proceso de cambio en la enseñanza de más alto nivel, docentes y estudiantes, que echéis una ojeada a sus páginas, porque han sido escritas, sin duda, con el propósito de ayudar a hacer de nuestra Universidad un lugar mejor y constituyen toda una invitación para perder el miedo, para superar la incertidumbre y para empezar a caminar en la aventura de enseñar y aprender en la Universidad del futuro.
Verónica Sierra Blas
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