Me viene a la memoria el caso de un padre que entró en una librería de la ciudad donde vivo algo preocupado porque su hija leía muy poco o casi nada. Desconozco si él lo hacía pero lo cierto es que confió en la autoridad de un buen librero. Éste, valedor de su oficio y no simple vendedor de pliegos encuadernados, pensó de inmediato en el libro que mejor podía convenir a aquella niña para atraparla en esas mágicas redes que tupen las palabras. El padre se marchó esperanzado de que el hechizo surtiera efecto, como así fue, pues regresó al cabo de un par de días en busca de más libros para su hija.
Aunque pueda parecerlo no se trata de ningún cuento sino de una historia real a la que no costaría nada poner nombres y apellidos. Es más, seguro que existen otras muchas parecidas de otros tantos lectores y lectoras frágiles, que dicen los expertos, esto es, de personas enganchadas por una primera y afortunada lectura, a menudo de autores y obras no encumbrados al parnaso de las letras.
Formar un lector o lectora donde antes no lo había es una tarea encomiable que debería merecer más respeto y estima del que tiene. No basta con proclamar las excelencias de los libros desde los programas culturales de radio y televisión o desde alguna columna periodística como hacen a menudo los intelectuales y escritores, quien sabe si buscando también los premios creados para ese fin. La lectura no es asunto fácil y así debe advertirse. Requiere un tiempo y espacio propios, una soledad buscada, que encuentra numerosos obstáculos en este mundo de permanentes reclamos visuales, de voraz consumismo y de prisas continuas. La competencia con los ordenadores, los videojuegos, determinadas películas, la televisión y otros artilugios de la revolución informática es dura y desigual. Mientras que algunas de estas formas de ocio se prestan a una interactividad efectiva e instantánea y al disfrute comunitario, en pandilla; el libro precisa de otros modos, de otro ritmo y por lo común de un encuentro que ha de ser personal y callado, casi a hurtadillas.
Sacarlo de esos guetos donde todavía tiene algo de signo de poder y bien casi inalcanzable es obligación de toda sociedad democrática comprometida con el valor liberador de la palabra escrita. Por ello, cuando se pergeñan leyes y planes de fomento de la lectura sería oportuno que éstos no se quedaran en los discursos hueros y retóricos de lo mucho que la misma puede aportar al ser humano. Tal vez deberían ceñirse a la realidad social de la que se parte por más que ésta no suela acomodarse a los gustos y deseos de las minorías pensantes. Habría que bajar a la calle y comprender que aún son muchos los hogares donde los libros son simples objetos decorativos en el mueble del salón. Habría que pensar por qué las bibliotecas escolares carecen de volúmenes y, sobre todo, por qué dependen de las horas de atención asignadas a cada profesor o profesora y no de alguien experto en el ramo. Habría que ver, en suma, qué panorama ofrecen las bibliotecas más inmediatas, las municipales, si tienen los fondos suficientes y qué actividades realizan, pero también si disponen de un personal cualificado y de los medios adecuados.
Al final, estas preguntas nos llevan a las personas que más pueden contribuir a la formación lectora y que a menudo son las más olvidadas, las menos premiadas. Me refiero, por supuesto, a los primeros mediadores, a saber: los padres y madres, cuyo cometido es indelegable aunque muchas veces tampoco sean ellos los responsables de sus propias limitaciones; las maestras y los maestros, sobre todo los que trabajan en los niveles de la enseñanza obligatoria; las bibliotecarias y bibliotecarios de escuelas y barrios, cuya función conlleva implicarse en la comunidad y buscar cauces de colaboración con los maestros; e incluso los libreros y libreras de a pie, los que bregan en la cotidianeidad más ramplona del libro, lejos de los cenáculos literarios. Además de reconocerles lo que representan en la democratización del acceso a la lectura y en la asunción de ésta como algo habitual, como parte de nosotros mismos, estoy convencido de que todos los sectores y personas apuntados deberían ser los primeros destinatarios de cualquier proyecto que pretenda difundir el libro y la lectura, donde por cierto no deberían escasear las acciones encaminadas a formarles como agentes de la mediación lectora en una sociedad tan compleja y resbaladiza como la nuestra.
Antonio Castillo Gómez
Aunque pueda parecerlo no se trata de ningún cuento sino de una historia real a la que no costaría nada poner nombres y apellidos. Es más, seguro que existen otras muchas parecidas de otros tantos lectores y lectoras frágiles, que dicen los expertos, esto es, de personas enganchadas por una primera y afortunada lectura, a menudo de autores y obras no encumbrados al parnaso de las letras.
Formar un lector o lectora donde antes no lo había es una tarea encomiable que debería merecer más respeto y estima del que tiene. No basta con proclamar las excelencias de los libros desde los programas culturales de radio y televisión o desde alguna columna periodística como hacen a menudo los intelectuales y escritores, quien sabe si buscando también los premios creados para ese fin. La lectura no es asunto fácil y así debe advertirse. Requiere un tiempo y espacio propios, una soledad buscada, que encuentra numerosos obstáculos en este mundo de permanentes reclamos visuales, de voraz consumismo y de prisas continuas. La competencia con los ordenadores, los videojuegos, determinadas películas, la televisión y otros artilugios de la revolución informática es dura y desigual. Mientras que algunas de estas formas de ocio se prestan a una interactividad efectiva e instantánea y al disfrute comunitario, en pandilla; el libro precisa de otros modos, de otro ritmo y por lo común de un encuentro que ha de ser personal y callado, casi a hurtadillas.
Sacarlo de esos guetos donde todavía tiene algo de signo de poder y bien casi inalcanzable es obligación de toda sociedad democrática comprometida con el valor liberador de la palabra escrita. Por ello, cuando se pergeñan leyes y planes de fomento de la lectura sería oportuno que éstos no se quedaran en los discursos hueros y retóricos de lo mucho que la misma puede aportar al ser humano. Tal vez deberían ceñirse a la realidad social de la que se parte por más que ésta no suela acomodarse a los gustos y deseos de las minorías pensantes. Habría que bajar a la calle y comprender que aún son muchos los hogares donde los libros son simples objetos decorativos en el mueble del salón. Habría que pensar por qué las bibliotecas escolares carecen de volúmenes y, sobre todo, por qué dependen de las horas de atención asignadas a cada profesor o profesora y no de alguien experto en el ramo. Habría que ver, en suma, qué panorama ofrecen las bibliotecas más inmediatas, las municipales, si tienen los fondos suficientes y qué actividades realizan, pero también si disponen de un personal cualificado y de los medios adecuados.
Al final, estas preguntas nos llevan a las personas que más pueden contribuir a la formación lectora y que a menudo son las más olvidadas, las menos premiadas. Me refiero, por supuesto, a los primeros mediadores, a saber: los padres y madres, cuyo cometido es indelegable aunque muchas veces tampoco sean ellos los responsables de sus propias limitaciones; las maestras y los maestros, sobre todo los que trabajan en los niveles de la enseñanza obligatoria; las bibliotecarias y bibliotecarios de escuelas y barrios, cuya función conlleva implicarse en la comunidad y buscar cauces de colaboración con los maestros; e incluso los libreros y libreras de a pie, los que bregan en la cotidianeidad más ramplona del libro, lejos de los cenáculos literarios. Además de reconocerles lo que representan en la democratización del acceso a la lectura y en la asunción de ésta como algo habitual, como parte de nosotros mismos, estoy convencido de que todos los sectores y personas apuntados deberían ser los primeros destinatarios de cualquier proyecto que pretenda difundir el libro y la lectura, donde por cierto no deberían escasear las acciones encaminadas a formarles como agentes de la mediación lectora en una sociedad tan compleja y resbaladiza como la nuestra.
Antonio Castillo Gómez
Texto de apoyo al 2º Ciclo de Mediação da Leitura que la profesora Violante Magalhães promueve en la Escola Superior de Educação “João de Deus” de Lisboa. De paso me sirve para iniciar una segunda época, ahora electrónica, de la sección que mantuve durante tres años y dieciocho números (diciembre 1996-enero 2000) en SILDAVIA. Boletín Cultural de la Librería Arriero, entretenimiento de amigos y motivo de muchos buenos ratos.
3 comentarios:
El libre tiene a la Televisión, Internet o los Videojuegos como duras alternativas de entretenimiento. Además el libro juega con la desventaja de aplicar los mecanismos multimedia en auge.
Sin embargo y tal como se señala en el artículo, se debe impulsar la lectura, pues el lector no nace, se hace. Para ello necesita de la ayuda de un educador, tutor, familiar o librero, este último una figura muy necesaria y sin presencia en las grandes superficies (al igual que gente docta en música o cine).
Desde mi experiencia como lector y estudiante, se debería dejar un abaníco de posibilidades respecto a las obras obligatorias en los niveles de secundaria y primaria. Obligar a alguien a leer algo que no le atrae no es bueno. Con esto no digo que se introduzcan los Best-Sellers, muchos de ellos Libro-Basura al igual que en la Televisión, sino la capacidad de elección entre clásicos u obras de narrativa contemporánea. Nadie es demasiado joven en secundaria para leer a Cervantes o a Borges, pero seguramente sus inquietudes intelectuales están por encima de obras como las que son mandadas. Por lo tanto hablo de una mayor consciencia y amplitud en el catálogo de libros recomendados.
Quiero poner un ejemplo personal. Cuando cursé 6º de primaria obligaron a la lectura de un libro solamente, llamado "Filo entra en acción". Era un libro que a nadie gustó, pero que tuvimos que leer obligados para aprobar el curso.En mi opinión creo que deberíamos haber tenido la opción de elegir algo tan personal como un libro narrativo (Ya que por ejemplo las lecturas obligatorias a nivel universitarios son coherentes con la materia dada, en definitiva un ejercio de divulgación y ampliación de lo dado). La pasión por la lectura es como un árbol cuya raíz debe ser fuerte para producir las frondosas hojas que son la madurez intelectual.
Entiendo que sea complicado ofrecer cuatro libros sólo para una clase de cara a la evaluación de su lectura, desgraciadamente tan necesaria para comprobar que todo el mundo ha leido el libro. Por otra parte es complicado elegir la narrativa de los niños en los niveles más bajos. Pero si se lee algo que no gusta, es normal que se cree rechazo, pues una novela, una obra de teatro o una poesía es como un programa de televisión, una página web o un videojuego; al poseer estímulos que hacen que guste o no. Es muy personal, pero también necesario.
Ojalá se potencie la lectura de calidad para el futuro,pues,como decía una placa de la biblioteca obrera de Newport (1904):
"Los libros nos dan el poder"
Un saludo y enhorabuena por el blog.
Fe de erratas en mi comentario:
-abanico en lugar de abaníco.
-conciencia en lugar de consciencia.
Fe de erratas.
-Niveles Universitarios en lugar de nivel universitarios.
Publicar un comentario